Como en los tiempos de guerra, la disidencia al pensamiento único y la ingeniería social con la que se implementa se expresa en una serie de canales alternativos, como telegram, Odysee y otras. Resisten la censura instalada en las redes sociales, como Facebook, Twitter, YouTube, propiedad de apenas siete grupos de inversión y que deciden, dictan y dictaminan qué es lo que es verdad y qué es lo que es mentira,mediante sus empresas allegadas, las nefastas verificadoras de la verdad, que no dejan de ser la expresión contemporánea del mítico y funesto “Ministerio de la Verdad” de la novela distópica 1984, que, desgraciadamente, con la fuerza de su primado negativo está siendo superada en nuestros días en países como China, y que intenta imponerse en todo el orbe intentando penalizar y/o excluir a los que aún se resisten a la nueva tiranía que avanza como un virus de control y desprecio a la humanidad.
En estos canales de información alternativa han florecido como micelios una variedad de propuestas diversas de cómo construir un mundo nuevo. Desde la economía, con iniciativas como la moneda G1, que hay que investigar bien, para no caer en las fauces de lo digital, pasando por la autogestión de la salud con la dimensión holística que nunca debió perder por culpa del positivismo, que defiende acérrimamente que solo es real lo que se mide con su tecnociencia, hasta llegar a los que desbrozan caminos a escenarios realmente utópicos, volver a vivir juntos en hermandad.
Entre ellos destacan los pioneros, que como decía Peter Yang, son las almas que se despiertan antes que ninguna y pían alegres al nuevo amanecer y deciden volver a la naturaleza, proponiendo otros formatos de convivir con el Espíritu y con la Tierra y con los prójimos.
Estos movimientos de retorno al campo obedecen a ese mecanismo de lo social de reinventarse que surge en todas las crisis históricas y resuena en la memoria lo que sucedió con la caída del Imperio romano en el que muchos monjes y laicos regresaron a la naturaleza, a una vida más sencilla, para recuperar la esencia comunal y espiritual de los primeros cristianos. Se fueron lejos de las ciudades que se estaban corrompiendo en miles de vicios y formaron esos primeros monasterios en los que se compartía la tierra, el sustento, las alegrías y las penas, la contemplación, la caridad y la esperanza, la fe en un destino póstumo lleno de Gloria por una vida vivida con presencia.
No se quedaron a ver caer las ruinas sobre sus cabezas, a respirar la disolución de sus costumbres, la muerte de sus dioses sino como exploradores de lo nuevo por nacer, haciendo honor a esa primera verdad que la primavera nos propone cada año, resucitaron de las cenizas de una cultura decadente y fundaron los cimientos de una nueva realidad.